Daniel Carazo
Veterinario
Wecan La Colina
La cantidad de gente que la tarde de los hechos pasó por la clínica veterinaria Canillejas sorprende a las policías. Analizan junto al equipo del centro todas las imágenes y así consiguen identificar a cada persona que aparece en ellas: ponen nombre a los muchos clientes que esa tarde visitaron a Javier Delgado y comprueban que, además, recibió a dos delegados comerciales y al ya famoso inspector de Presvet; el que no aparece por allí es el traumatólogo con el que hablaron un par de días atrás.
Cuando terminan, Leire y Lucía agradecen la ayuda y vuelven a comisaría para comparar esas imágenes con las obtenidas de las cámaras cercanas a las otras dos clínicas.
—El inspector de Presvet tiene el don de la ubicuidad —señala Lucía al verlo presente en las tres clínicas— Igual hay que volver a hablar con él.
—¿Qué motivo tendría para matarlos? —cuestiona Leire mientras sigue pasando vídeos— Él tiene la autoridad y la capacidad de sanción. Si fuera al revés y el muerto fuera él… Igual hasta lo entendería.
—¡Mira! —señala la agente la pantalla— ¡Esa señora! La he visto antes, estoy segura.
Lo dice de una anciana que accede a la clínica veterinaria Peludos llevando con dificultad un transportín de gato.
—¿Esa? —se extraña la inspectora.
Por si acaso vuelven sobre las imágenes de las otras dos clínicas y, efectivamente, la misma anciana visitó a los otros veterinarios fallecidos. Extrañadas por la promiscuidad como cliente de la señora, repasan las identificaciones que les facilitaron las auxiliares de la clínica Canillejas y comprueban que se trata de una tal María del Carmen Requesens, y que fue con un gato con problemas digestivos. Llaman a la clínica Canillejas donde confirman que estuvo allí: acudió sin cita previa y dijo que quería una segunda opinión ya que ningún veterinario la entendía; poco más añaden ya que Javier Delgado solo apuntó en el historial las palabras “cliente mariposa”.
—¡Esta también! —vuelve a exclamar Lucía.
En esa ocasión se trata de una mujer que identifican como representante del laboratorio farmacéutico Pharmavet y que igualmente visitó a los tres veterinarios la misma tarde que fallecieron.
—Y el repartidor —dice la inspectora, más tranquila que su compañera, al ver a la última persona que accedió a las clínicas—. Es el mismo, y por lo que parece no es bien recibido.
El empleado de la agencia de transportes llega a la hora de cierre a las tres clínicas y se le ve descargando las cajas de medicamentos y piensos de su furgoneta, incluso en la clínica Huellitas comprueban cómo el veterinario sale del local y le increpa de forma evidente señalando la hora en su reloj.
—Eso es lo que les molesta —reflexiona Leire—. Deja el pedido tarde y se tienen que quedar a colocarlo.
—Un inspector, una clienta, una delegada comercial y un repartidor —repasa sus notas Lucía—. Esas son las coincidencias, pero ¿quién de ellos querría matar a los veterinarios?
—Y sobre todo… ¿Cómo y por qué? — añade Leire.
Una llamada de la forense responde a una de las preguntas.
—Tetrodotoxina —explica la profesional—, esa es la causa de la muerte —y antes de que las policías puedan preguntar, resuelve su duda— Es una toxina obtenida exclusivamente de las vísceras del llamado Pez Globo que, una vez ingerida, es mortal en pocas horas.
Continuará
Accede aquí a la serie completa de capítulos.