Capítulo 1 – Diagnóstico: asesinato

La sorpresa que se encuentra Sandra al llegar a la clínica demuestra que, a veces, que se te olvide enviar el fichero de Presvet no es lo peor que te puede pasar. Acompáñanos en esta ficción que publicaremos en varias entregas.
DaniCarazo
Dani Carazo

Daniel Carazo
Veterinario
Wecan La Colina

Sandra sale del metro pasadas las nueve. Como cada mañana, sube por la Avenida de Niza hasta llegar a la clínica veterinaria Huellitas, donde trabaja desde hace más de cinco años. Ese día, sin saber por qué, siente que algo no va bien; está intranquila y presiente una jornada diferente. La incertidumbre le hace andar más deprisa de lo acostumbrado. Le gusta realizar las tareas administrativas al terminar las consultas y seguramente, el día anterior, se debió dejar algo sin hacer. «¡El fichero de Presvet!», piensa enfadada y dándose cuenta de que, siendo el último día para comunicar los antibióticos prescritos esa quincena, efectivamente, y tras tres o cuatro intentos frustrados por la web de la administración, desistió y no lo dejó hecho. «La que nos ha caído encima con el temita este», protesta para sí misma y asumiendo que no puede empezar a trabajar sin volver a intentarlo.

Cuando llega a la clínica, le extraña que el cierre de la entrada esté a medio echar, y no bajado del todo, como debería. Imaginándose que su jefe habrá ido esa mañana por alguna razón, no le da más importancia y se agacha para pasar sin levantarlo, así evita que algún cliente vea abierto y quiera entrar antes de la hora. Una vez en la sala de espera, y viendo que nadie ha encendido las luces, llama a su compañero para avisarle de que ya ha llegado.

—¡Luis! —chilla— Estoy aquí.

Al no recibir respuesta, insiste, un poco preocupada, en avisar de su llegada.

—¿Estás ahí? ¿Todo bien?

El silencio la sigue acompañando, y solo se interrumpe cuando aumenta el ritmo y la fuerza de su respiración. Empieza a tener claro que algo pasa, pero no sabe qué.

Es ella la que enciende las luces de la entrada y es cuando ve, sobresaliendo por debajo de la puerta de la consulta, un líquido espeso y casi negro que la alarma. Por un momento se queda paralizada hasta que, sabiendo que no valdrá para nada, insiste en la llamada, esta vez más débilmente.

—¿Luis? —pregunta, más que reclama— Voy a entrar.

Temblando de miedo y haciéndosele el trayecto igual de largo que una maratón, recorre los escasos tres metros hasta la consulta y la abre despacio, muy despacio, poniéndose ya la mano en la boca para evitar dos cosas: inhalar y chillar.

Le cuesta un poco empujar la puerta, como si dentro hubiera algo haciendo tope. Por desgracia, cuando la consigue abrir del todo, la imagen del interior de la sala no la defrauda. Luis, su jefe, vestido todavía con el pijama clínico de trabajo, está tirado en el suelo. Lo que ha dificultado la apertura de la puerta es su cabeza, que topaba con ella, y el líquido que sobresale al exterior de la consulta es parte de un gran vómito mezclado con la sangre que ha brotado de la brecha que tiene abierta en la sien derecha.

—¡Aaaaaaaaaaaaaaah! —ella misma se asusta de su propio alarido.

Sin siquiera comprobar si su jefe está vivo o muerto, a Sandra lo único que se le ocurre es salir corriendo a la calle para pedir ayuda.

Continuará…..

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