IA + IE: una mirada a la transformación de los centros sanitarios veterinarios

Implementar la IA en una PYME no es solo un reto técnico, sino también emocional, porque implica cambiar rutinas, aprender cosas nuevas y confiar en sistemas que «piensan» de otra manera.
Dos manos sosteniendo piezas de rompecabezas blancas sobre fondo azul.
Pete: stock.adobe.com

Guillermo Llofriu Cañellas
Comunicación y Estrategia Digital
Digital Senses
[email protected]

Un escenario reciente

España cuenta hoy con algo más de 7.100 clínicas y hospitales veterinarios dedicados principalmente a animales de compañía. El subsector factura alrededor de 2.850 millones de euros anuales y crece por encima del 8 % cada ejercicio, impulsado por el aumento del número de animales de compañía y la mayor conciencia social sobre su bienestar.

En paralelo, la inteligencia artificial (IA) para salud animal ha alcanzado los 1.200 millones de dólares de valor mundial y se prevé que mantenga un crecimiento cercano al 18 % anual hasta 2032.

Y, si bien es verdad que solo son números y previsiones, la cuestión es que hasta la fecha no había ninguna en este sentido, lo que nos regala una primera impresión sobre este nuevo escenario de desarrollo del que no podremos ocultarnos.

En este sentido, dejo una pregunta simple, aunque no sencilla para que reflexionéis y al final del artículo, voy a aportar mi visión: ¿Por qué mi primera opinión como empresario es no utilizar la IA?

Y es que, cuando en un pasillo de la consulta suena la palabra «IA», las reacciones se mueven entre la curiosidad y la alarma, usualmente alimentadas por:

  • El desconocimiento: como situación natural en el ser humano que, de atenderse, suele ser una palanca de aprendizaje. Y aun siendo puro por no haber visto estas herramientas en acción, no solo impide percibir su alcance, sino que, de base, suele generar desconfianza.
  • La ignorancia: como situación inducida, la de quienes sabiendo que la IA existe y afecta a su negocio, no les importa ni les interesa hacerle caso, apoyándose como justificación en prejuicios amplificados por titulares que hablan, por poner un ejemplo, de robots sustituyendo a veterinarios.

Ya aterrizando, pensemos que el lenguaje técnico y la estética futurista con la que se vende la IA refuerzan esa brecha y lo cierto es que, —igual que sucedió con la radiografía digital, los contadores automáticos de hematología o el software de gestión clínica—, todo se vuelve sencillo cuando lo conectamos con los problemas reales del día a día.

Pienso y comparto una máxima que considero difícil de rebatir: siempre es mejor saber que no saber. Y es que resulta desconcertante seguir negando la importancia del conocimiento en la época de la humanidad donde tenemos mayor, mejor, más amplio y más rápido acceso a la información, e incluso mucha de ella es sin coste.

El miedo a la IA: ¿desconocimiento o ignorancia?

Volviendo a la dupla desconocimento-ignorancia, cabe comentar que este recelo basal recuerda a 2005, cuando algunos colegas creían que un ecógrafo Doppler «convertiría en vagos» a los clínicos de toda la vida; o a 2012, cuando se acusaba al software de gestión de «despersonalizar» la relación con el tutor. Hoy en día, poca gente sigue cuestionando que esas innovaciones ahorran tiempo y elevan la calidad asistencial.

En 2025, uno de cada cinco veterinarios europeos ya usa IA con regularidad, sobre todo para diagnóstico radiológico y tareas administrativas.

La mayoría describe su primera impresión con cuatro palabras: «no era tan difícil», resultado del harto conocido «aprendizaje y experiencia». Y es que, tras la curva de aprendizaje, se descubre que la IA no dicta diagnósticos, sino que propone hipótesis, resalta hallazgos sutiles y deja la decisión final en manos del veterinario. El temor, por tanto, no nace de la tecnología, sino de no comprenderla.

La brecha que abre la IA dentro del sector

Vamos al grano.

Vivimos una realidad simple, que condiciona el sector de las PYME y es que, por tradición y desde hace décadas, estas abrazan una lucha interna que las condiciona en su desarrollo y crecimiento. Parte sensible de la causa de esta lucha interna es el hecho de no tener la intención y voluntad de detenerse a analizar cómo pueden atenderla.

Las PYME suelen ser reacias al cambio y, en el mejor de los casos, reactivas a él. Es decir, son «poco amigas» del cambio por intención, un proceso de toma de decisiones y planificación en el tiempo, decisión que las conduce al cambio por obligación, procesos con escaso margen de análisis y breve tiempo de reacción, si al final lo hay.

No afrontan la transformación que necesitan para competir como una urgencia estratégica ni la atienden como un proceso recurrente, lo que genera contradicción y un estado de inquietud interna entre la necesidad de desarrollo y la resistencia al cambio.

La brecha tecnológica entre las empresas que están integrando la IA al nivel que sea y aquellas que aún no piensan en ello, es cada vez mayor:

  • Por un lado, las empresas que adoptan estas tecnologías disfrutan de procesos más eficientes, análisis de datos que guían decisiones estratégicas y una capacidad de adaptación que las hace más resilientes ante los cambios del entorno.
  • Por otro lado, las empresas que se aferran al ámbito tradicional comienzan a experimentar dificultades para competir y satisfacer las expectativas de los consumidores modernos, cada vez más inmersos en el contexto digital y más cercanos al cambio.

Y es que, en apenas 30 meses, ha nacido una brecha doble:

  • Operativa: los adoptantes tempranos disponen de agendas que se llenan solas, recordatorios automáticos de vacunación, softwares que cruzan historial y dieta para proponer planes de salud personalizados y paneles que predicen picos de demanda. Los rezagados siguen gestionando las citas a mano y dependen de la memoria para revisar revacunaciones, con el consiguiente riesgo de error y pérdida de facturación.
  • Emocional: los equipos que ya trabajan con IA reportan menos estrés porque reducen tareas repetitivas mientras los que no, sienten la presión de un mercado que avanza más rápido que su aprendizaje.

Porque el peligro no es solo financiero y es que un centro veterinario que no innova puede volverse irrelevante para una generación de tutores que agendan citas online, solicitan presupuesto por WhatsApp y comparten reseñas al instante. Estamos hablando de una transformación irrenunciable desde las personas y procesos.

IA + IE: una relación inesperada, pero necesaria

¿Qué es la inteligencia emocional (IE)?

Podemos definirla como la capacidad de reconocer, comprender y gestionar las propias emociones y las de los demás. En el centro veterinario, y a grandes rasgos, se traduce en empatía con el tutor, comunicación clara y liderazgo de un equipo muchas veces saturado.

¿Cuesta gestionar las emociones? Sin duda, como cuesta todo lo que tiene valor. Aun así, qué escenario nos queda, ¿el no aprender a gestionarlas? ¿Queréis seguir intentándolo?

¿Qué es la inteligencia artificial (IA)?

De forma simple nos referimos a la IA como algoritmos que aprenden de datos, detectan patrones y automatizan tareas. En veterinaria y, por aportar un acercamiento, puede manifestarse como:

  • Asistentes que marcan áreas sospechosas en radiografías.
  • Dashboards que predicen consumo de fármacos.
  • Bots que contestan dudas posquirúrgicas básicas mientras el veterinario interviene.

¿Y cuál es la clave de valor de esta nueva dupla IA + IE? Que, aunque a primera vista parecen oponerse y ser divergentes, en realidad se complementan y se retroalimentan. Os dejo una tabla de retroalimentación (tabla 1).

Tabla 1. Retroalimentación entre la IA y la IE.
La IA potencia la IE La IE facilita la IA
Analiza reseñas y alerta de clientes insatisfechos para que el equipo responda en tiempo y forma. Es un catalizador para la calidad del servicio. Reduce la ansiedad del personal al introducir la tecnología, escuchando dudas y celebrando pequeños logros.
Libera horas de tareas de teclado para invertirlas en diálogo con el tutor y dedicación a los pacientes. Es un elemento gestor del tiempo. Comunica en lenguaje cotidiano qué hace la IA y por qué beneficia al paciente. Es un proceso que consolida los espacios relacionales.
Detecta patrones de burnout a partir de métricas de agenda y propone ajustes, un tema de alta sensibilidad dada la problemática actual de la salud mental. Garantiza que el dato no deshumanice la consulta, cabe recordar que cada caso es único. El tratamiento y cuidado de los datos nos permite definir nuevos espacios de comprensión profesional-tutor.

Cuando ambas inteligencias se entrelazan, abandonamos el círculo vicioso de muchos profesionales y centros sanitarios, heredado de años de hábitos arcaicos y creencias limitantes, y surge un círculo virtuoso donde la tecnología multiplica la capacidad humana y la humanidad da sentido a la tecnología.

Implementar la IA en una PYME no es solo un reto técnico, sino también emocional, porque implica cambiar rutinas, aprender cosas nuevas y confiar en sistemas que «piensan» de otra manera.

Y, para que este proceso funcione, hace falta una dosis importante de inteligencia emocional con empatía para comprender los temores del equipo, paciencia para acompañar el aprendizaje, comunicación clara para explicar los «por qué» y los «para qué» y la voluntad de definir un nuevo marco de comprensión y asimilación tecnológica dentro de la cultura de la empresa.

Presentando la IA como herramienta: un cambio de percepción

Obvia decir que la IA no es magia, aunque así parezca a muchos, no solo por lo que consigue sino porque vivimos tiempos de novedad.

Aun así, apelando a la lógica y al sentido común, seremos capaces de percibir que es una herramienta y que, como tal, e igual que las que conocemos de uso cotidiano, los resultados dependen del uso que haga quien la utilice.

Actualmente sigue habiendo un alto grado de resistencia al cambio hacia la tecnología, la cual puede trabajarse y rebajarse desde el conocimiento sobre la funcionalidad de la innovación y un continuo aporte de los beneficios que supone su adopción.

Porque, cuando alguien percibe que algo le hace la vida más fácil, le ahorra tiempo o le ayuda a vender más, suele adoptarlo. Con todo, para llegar a este punto, hace falta otro cambio: adoptar una narrativa adecuada hacia el empresario y profesional que abarque aspectos como la cercanía, la gestión emocional, la utilidad práctica y los beneficios de uso.

Y, para que las PYME acepten la IA, también urge cambiar el discurso: hay que explicar claramente qué es y cómo puede ayudarlas.

Las soluciones deben presentarse como herramientas diseñadas para resolver problemas concretos en lugar de como tecnologías abstractas que nos compliquen más la existencia.

Por ejemplo, y en un acercamiento a su aplicación, la efectividad de la IA puede pivotar sobre tres factores:

  • Casos de uso claro: un algoritmo de triaje que reprioriza urgencias en la sala de espera, reduce tiempos críticos y mejora el pronóstico.
  • Explicaciones sin jerga: el programa lee 10.000 radiografías en milisegundos y te muestra las cinco áreas sospechosas para que tú decidas.
  • Ganancia rápida: si en dos semanas el equipo percibe menos llamadas perdidas o consolida una agenda más equilibrada, la confianza despega.

¿Nos hemos preguntado como empresarios por qué no utilizamos una innovación que le está funcionando bien a mis competidores? ¿O no lo hacemos porque es posible y además probable que las respuestas no nos gusten?

La resistencia al cambio: una herencia persistente

Buena parte de los centros sanitarios españoles son negocios familiares donde la experiencia del fundador tiene tintes de ley. La rutina, —a veces hasta la «pizarra con imanes»—, nos mantiene con los pies en la tierra y nos transmite seguridad.

El hecho de tener PYME con una estructura organizativa más tradicional y con ese liderazgo tan curiosamente marcado, nos lleva a escenarios donde se tiende a privilegiar lo conocido y seguro sobre lo nuevo y experimental; de ahí que esta resistencia al cambio no sea una debilidad, sino un reflejo de la necesidad de preservar la estabilidad. Visto así, quizás debemos cuidar cuan duros somos con ello y, por tanto, intuir bien cómo gestionarlo, ya que al final no se trata de debilidad, sino de instinto de supervivencia.

Sin embargo, en un mundo tan cambiante como el actual, esta estructura heredada puede convertirse en una trampa.

Es una descarga de alto voltaje que empresas que durante años han sobrevivido gracias a la experiencia aportada por la intuición, la herencia funcional y una cercanía especial con el cliente, se encuentren hoy con la necesidad de atender aspectos como los datos que se manejan, su análisis, la anticipación de los competidores, la necesidad de comunicación interna y externa, los indicadores de rendimiento, la creatividad, las metas y una lista que estos últimos 20 años no ha parado de crecer y aportar cambio a la empresa.

Ahora bien, la IA no viene a sustituir esa sabiduría empresarial, sino a complementarla y potenciarla. La verdadera transformación empieza cuando la dirección entiende que cambiar no significa perder la esencia, sino evolucionar para conservarla y reforzarla.

Por ende, deberíamos estar atentos y es que ¿somos conocedores de los miedos legítimos que tienen nuestros trabajadores, como el miedo a no entender, a quedar en evidencia o a perder el trabajo? Porque tener ese conocimiento aporta potencia y dirección a la resolución de esa resistencia al cambio. Y esto se gestiona, de nuevo, desde la inteligencia emocional a través de la capacitación, la escucha activa, la validación del conocimiento previo y el acompañamiento externo y cercano.

Las PYME, especialmente aquellas de larga trayectoria, tienden a resistir el cambio por una combinación de factores históricos y culturales. Muchos negocios operan con la idea de que los métodos tradicionales son seguros y confiables, lo que dificulta la adopción de nuevas herramientas y, aunque este arraigo a lo conocido puede entenderse como una forma de proteger su identidad, en ocasiones y no pocas, termina obstaculizando su progreso.

Y para ello debemos partir de lo simple, mostrando cómo pequeñas innovaciones tecnológicas pueden tener un impacto positivo tangible.

Porque la IA está activando procesos de selección natural sin que nos demos cuenta y todo porque seguimos «huyendo» del proceso darwiniano adaptativo que tanto necesitamos para, desde la transformación, consolidar nuestra posición en el sector.

¿Qué nos demanda el nuevo entorno?

  • Datos: históricos de ticket medio, frecuencia de citas, morbilidad estacional.
  • Análisis: ¿qué colonias felinas generan urgencias en agosto? ¿Qué razas concentran displasia en otoño?
  • Anticipación: planes preventivos, turnos reforzados, compras de stock.

Cinco argumentos de valor adaptados al centro veterinario

Aquí tenéis, ¿qué podéis contarnos sobre ellos?

  • Complementa, no reemplaza: el algoritmo no ausculta ni consuela a la tutora que llora. Tú sí y la responsabilidad de saberlo y asumirlo es exclusivamente tuya.
  • Facilidad de uso: la mayoría de las soluciones son intuitivas y usables y se manejan con app móviles o chats tipo WhatsApp.
  • Coste escalable: suscripción mensual comparable a dos analíticas completas. ROI visible.
  • Beneficios rápidos: menos errores de agenda y más tiempo de calidad con cada tutor en menos de 30 días.
  • Experiencia «wow» del cliente: mensajes automáticos con fotos de su mascota despertando de la cirugía generan confianza y fidelidad.

Propuestas de valor para el desarrollo consciente y coherente del sector

Son solo algunos de los que pueden acompañar la transformación del modelo de negocio y de la estructura operativa de las empresas:

  • Programas de formación colaborativa: organización de workshops, presenciales o en línea, diseñados sobre la premisa de conocimiento del sector y con espacio práctico, dada la naturaleza de la herramienta.
  • Acceso compartido a herramientas: negociar colectivamente el uso de soluciones tecnológicas que, adquiridas en grupo, resultan más accesibles y sostenibles.
  • Asesoramiento técnico continuo: establecer alianzas con consultores o entidades que acompañen a las clínicas paso a paso en la adopción de IA.
  • Casos de éxito compartidos: crear una red colaborativa que genere comunidad y donde las empresas puedan compartir buenas prácticas y motivarse mutuamente.
  • Laboratorio conjunto de innovación: crear espacios físicos o virtuales donde se puedan testear pequeñas herramientas de IA antes de escalar su uso.
  • Proyectos piloto: elegir una o varias empresas para implementar una prueba de base que demuestre su efectividad.
  • Comunicación efectiva: desarrollar campañas de sensibilización que comuniquen los beneficios de la IA a la comunidad.

Conclusión: un camino que merece la pena

La IA ya está en la mesa de exploración y evoluciona mucho más rápido de lo que una sola persona puede asimilar, pero sin duda más despacio de lo que un animal de compañía enfermo puede esperar.

Y es que la clave no está en descifrar cada línea de código, sino en entender la utilidad para el paciente y el tutor, escuchar los temores del equipo desde la inteligencia emocional y ser capaces de dar el primer paso, aunque sea pequeño.

Poca duda cabe que, si un veterinario comprueba que la IA le «regala minutos» para explicar un posoperatorio o tranquilizar a un gato asustado, la desconfianza desaparece a grandes pasos.

Esto no va de sustituir batas por circuitos impresos, va de poner un copiloto digital al lado del conocimiento clínico y la sensibilidad humana que definen esta hermosa profesión.

Quedémonos con la frase conclusiva: la IA no es el futuro distante, es la lupa que agranda nuestro talento hoy.

Y el sector veterinario español, —apasionado, resiliente y comprometido—, no va a quedarse atrás.

Ah, mi reflexión.

A ver, las personas solemos rechazar las cosas por sistema, es un disparador que tenemos en el piloto automático en nuestro entorno profesional empujado por el miedo, las creencias limitantes, los sesgos y el ego. Y por si no fuera suficiente, muchos ya están en modo «ya no me apetece escuchar eso que me tienes que contar».

Pienso que, si reducimos este escenario a mínimos, llegaremos a la conclusión de que estamos saturados de información y se nos nubla la voluntad de hacer, bloqueando la toma de decisiones. Y eso es todo.

No, espera, que la moneda tiene otra cara.

Y es que no nos queda otra que abrir la barrera cada día y lidiar con todos esos cambios, porque tenemos una empresa, unos trabajadores y unos pacientes que atender.

¿Entonces?

Entonces nada, os dejo un decálogo:

  • Hay que abrir la mente, cambiar de actitud y dejar de prejuzgar.
  • Hay que escuchar y, si no entendemos, hay que preguntar. Y preguntar. Y preguntar.
  • Hay que asumir que el entorno cambia y que parar es tirar la toalla.
  • Hay que comprender lo nuevo para convertirlo en lo nuevo en nuestra empresa.
  • Hay que competir desde el valor propio, no desde lo que hacen los demás.
  • Hay que parar para analizar, no paralizarse por analizar.
  • Hay que ser proactivo, no reactivo.
  • Hay que tener intención de acción para evitar sufrir el quebranto de la obligación.
  • Hay que confiar en los expertos externos como ellos confían en nosotros.
  • Hay que repasar estos puntos cada cierto tiempo hasta cumplirlos todos.

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