Capítulo 5 – Diagnóstico: asesinato

Las cosas se complican para Altozano, el inspector de Presvet que visitó a las dos víctimas antes de que ambos veterinarios fueran asesinados. Además, al terminar este capítulo nos topamos con otra desagradable noticia.
DaniCarazo
Dani Carazo

Daniel Carazo
Veterinario
Wecan La Colina

El apurado inspector de Presvet está sentado en la sala de interrogatorios de la comisaría de San Blas. Cuando la inspectora Sáez de Olamendi comprobó que había visitado también al primer veterinario muerto, tardó menos de una hora en citarlo a declarar. La noticia de los dos veterinarios fallecidos ya ha saltado a la prensa y eso ha provocado que el inspector sepa que de alguna manera está involucrado en el caso.

—Quiero dejarles claro que yo solo hago mi trabajo —arranca el hombre, nada más entrar las policías a la sala—, no juzgo el sistema Presvet, únicamente me encargo de que se cumpla la ley.

Leire le mira detenidamente. Quiere ponerlo nervioso antes de empezar sus preguntas. Cuando comprueba que el otro se seca en los pantalones el sudor de las manos, empieza a hablar.

—¿Y cómo son sus visitas, señor… Altozano? —mira deliberadamente su nombre en la identificación que le han colocado al entrar. — ¿Agradables?

Por preguntas a otros veterinarios, la inspectora ya sabe que Presvet es un sistema repudiado por todos ellos y las inspecciones suelen ser muy tensas.

—Correctas, como deben de ser.

—¿Seguro? ¿No discute usted con sus clientes?

—Se empeñan en no entender la norma.

—Tengo aquí varias declaraciones en las que le acusan de imperativo, intolerante —añade, señalando unos folios que pone sobre la mesa— e incluso agresivo.

—Me enervo fácilmente, eso es verdad.

—¿Ha llegado alguna vez a las manos en alguna de sus inspecciones?

Al inspector de Presvet se le enrojece el rostro y empieza a respirar agitadamente, pero guarda silencio.

—Señor Altozano —sigue Leire—, está aquí porque fue de los últimos que estuvo con dos personas que, tras verle, fallecieron. Sé que actualmente están a punto de suspenderlo de empleo y sueldo así que, si no quiere generarse más problemas, empiece a hablar, relátenos con todo lujo de detalles al menos esas dos visitas y, si nos convence, nos olvidamos de las anteriores, se lo prometo.

El funcionario, derrotado, acaba confesando que sus inspecciones son efectivamente muy tensas, y que lo son porque, a su juicio, los veterinarios nunca tienen bien hechas las cosas que les pide. A él no le queda otra opción que sancionarlos y reconoce que, si se limitara a eso, no tendría más conflictos, pero además siempre intenta adoctrinarlos y eso es lo que no reciben tan bien. Reconoce también que hace unas semanas llegó a empujar a un veterinario que no le estaba prestando atención, y a Daniel, el último veterinario muerto, incluso le bloqueó la puerta de la clínica para que no lo echara de allí.

—De ahí, a tener algo que ver con sus muertes, hay un paso, inspectora —termina.

Un mensaje entrante en el teléfono de la agente que acompaña a Leire interrumpe el interrogatorio. Lucía lo lee, sale un instante de la sala y, cuando pide a la inspectora que salga un momento con ella, está manifiestamente más nerviosa.

—Ha aparecido otro.

—¿Otro veterinario? —Leire no da crédito a lo que escucha.

Lucía le aporta los detalles que le acaban de dar por teléfono y, cuando entran de nuevo en la sala, es la inspectora la que se dirige hacia el funcionario de Presvet.

—Señor Altozano, ¿visitó usted ayer la clínica veterinaria Canillejas?

Continuará

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